ARTICULO: JAVIER DIAZ
Siempre me ha gustado la Historia. Desde niño. En aquella época pensaba que los acontecimientos pasaban porque sí: que un día, el pueblo francés se levantaba de mala hostia y tomaba La Bastilla, y luego le cortaba la cabeza al Rey Capeto o que, parafraseando a Woody Allen, Hitler, un día, se puso a escuchar a Wagner y, al son de "La Cabalgata de las Walkirias" le dió por invadir Polonia.
Pero cuando ya me hice un apasionado fue cuando comprendí que la Historia, al igual que la vida, es una evolución de acontecimientos sucesivos interrelacionados, y que, quien la va generando son las personas comunes. La intrahistoria que decía Unamuno.
Devorada por su apocalíptica "hermana mayor", la Gran Guerra es un momento clave en el devenir de la humanidad. Bisagra entre el XIX de la Industrialización, el Imperialismo, el Nacionalismo y la dicotomía entre Liberalismo y Autoritarismo, y el XX, del que, a consecuencia de ella, surgen los Totalitarismos, la Sociedad de Naciones y la hegemonía norteamericana, las trincheras perduran como símbolo de aquella sangría.
A mediados del año que viene se cumplirán cien años del inicio de aquel conflicto y, para celebrarlo, seguro que aparecerán grandes superproducciones. Pero hay una historia que merece ser contada. Lo que sucedió, tal día como hoy, se conoce como "La Tregua de Navidad".
En la Navidad de 1914, el frente occidental se estabilizó en la frontera franco-belga y comenzó una terrible guerra de desgaste que desmoralizó a las tropas alemanas, convencidas de que, al igual que 40 años antes, para esas fechas ya subyugarían París. Así que, para celebrar la Nochebuena, el mando alemán, por orden del mismo Káiser, decidió enviar ración doble de comida, bebida y tabaco, así como detalles navideños. Así, bajo los abetos iluminados, los soldados del Reich comenzaron a entonar el "Noche de Paz". Ante su sorpresa, desde las posiciones inglesas respondieron con el "The first Noel the angel did say", y así, villancico tras villancico, fue transcurriendo la noche.
Me diréis:"¡Que esto es un blog de fútbol". Pues sí. Y es que al día siguiente, los soldados salieron de sus trincheras y se hermanaron con sus enemigos, compartieron tabaco y whisky y, entonces, un soldado escocés apareció con un balón de reglamento. Dicen que poco tardaron en organizar un partido sobre el barro congelado, con los cascos como porterías. Dicen que limpiaron el terreno de juego de balas y cascotes. Dicen que los escoceses jugaban con sus tradicionales faldas, sin nada debajo, y cada vez que se les levantaban, las risas se generalizaban. Dicen que reinó la deportividad y que, cuando el rival se caía su contrario lo ayudaba a levantarse. Dicen que el partido sólo duró una hora, hasta que los superiores se dieron cuenta, y que los alemanes ganaron 3-2. Dicen que aquella tregua duró, en algunos lugares, hasta el día 29, y que, si hubiera continuado podría haber acabado con el armisticio. Dicen también que los Altos Mandos de ambos ejércitos tomaron represalias contra algunos de aquellos soldados para evitar que volviera a repetirse.
Muchos expertos sostienen que esta historia es apócrifa. Como también lo es, para otros, la que hoy se celebra en millones de hogares de todo el mundo. Lo que está claro es que, como dijo el recientemente fallecido Nelson Mandela "el amor llega más naturalmente al corazón del hombre que el odio" y que, si la gente toma conciencia de su fuerza, no hay nada que no se pueda cambiar.
Os recomiendo el vídeo de "Pipes of Peace" de Paul McArtney para recrear este artículo.
P.D. Diversos estamentos gubernamentales y futbolísticos quieren construir un campo en Ypres, lugar de los hechos, y organizar un torneo juvenil para conmemorar estos hechos.
Un saludo a todos nuestros lectores y, lo dicho, Felices Fiestas
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