viernes, 10 de enero de 2014

LA BOTA DE ORO QUE NO RELUCE


ARTICULO: JAVIER DIAZ

Gran Bretaña había entrado en la Segunda Guerra Mundial debido a su compromiso por la libertad de Polonia. Acabada aquella orgía de sangre y destrucción, no sólo los polacos no eran libres, sino que checos, eslovacos, rumanos, búlgaros, lituanos, letones, estones, ucranianos, bielorrusos y parte de los alemanes, permanecían bajo el control soviético. Esa decepción era percibida por el pueblo del Reino Unido, que desalojó del poder a su líder durante el conflicto; Winston Churchill perdía las elecciones de 1945 y se dedicaba a dar conferencias por el mundo. En una de ellas pronunció una de sus muchas frases para la posteridad: "Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero". Había nacido la Guerra Fría.

A mediados de los ochenta, Occidente se imponía en todos los ámbitos de aquella batalla: sociales, políticos y económicos. El del Marketing era, sin duda, donde ganaba, por mayor diferencia a su rival. Los éxitos deportivos se convertían en el refugio de los países del este, que los veían como un arma tan importante como los propios misiles balísticos, recurriendo para conseguirlos, a medios tanto legales como si no. La canasta de Belov o el gol de Sparwasser se celebraban como la victoria del Kursk o la huida de los americanos de Saigón. Rumanía, en ese momento, se sentía huérfana de triunfos desde el 10 de Nadia Comaneci en Montreal 74 o el Número 1 de Ilie Nastase un año antes. 

Valentín Ceaucescu era el hijo mayor del dictado rumano. Gran aficionado al fútbol y, sobre todo, al Steaua de Bucarest, el equipo de la estrella, que, al igual que el CsSKA de Moscú o el de Sofía, representaban el equipo del ejército. Valentín, que se hacía conocer como Presidente de Honor del club, comenzaba, a mediados de los ochenta, a manejar los hilos del fútbol rumano, a la par que una gran generación de futbolistas, como Belodedici, Iovan, Boloni, Iordanescu, Balint, Lacatus, Piturca, o posteriormente, Hagi, vestían de azul y rojo, logrando la hegemonía nacional, y lo que era más importante, la visibilidad a nivel europeo y mundial. Todo ello se tradujo en aquella noche en Sevilla en 1986, de aciago recuerdo para el Barça, donde el héroe, Helmut Duckadam, paraba todos los penaltis y le daba al club, al fútbol rumano y al fútbol del este, su primera Copa de Europa. Después vendría otra final más, esta perdida ante el Milán de Sacchi, en el 89.

Elena Ceaucescu era la esposa del dictador. La que llevaba los pantalones. La más odiada del país junto a su, sexualmente voraz, hijo Nicu. Elena detestaba a su hijo Valentín, del que se decía que era adoptado. El clan lo repudió. Aún más tras casarse con una historiadora del arte de origen judío, a la que la mujer del Conducator tenía tanta tirria que ordenó destruir la facultad donde había estudiado. Además era aficionada del Dinamo de Bucarest. El equipo de la Securitate, la omnipresente y temida policía política del régimen. Rivalidad de altos y  estalinistas vuelos.

Tras el éxito del Steaua, el Dinamo se hacía con uno de los mejores delanteros del país; Rodion
Camataru, por entonces la estrella del Universitatea de Craiova. Un ex-infante de marina alto, fuerte, algo torpe con el balón en los pies, pero habituado a marcar una buena cifra de goles. Vamos, un delantero "tanque". Aquella temporada volvía a mostrar sus dotes goleadores con 24 goles a falta de 6 jornadas para el final de la liga. Luchaba por la Bota de Plata europea, a gran distancia de Anton Polster que ya se veía como ganador con sus 39 dianas y  con su primer gran contrato en el fútbol europeo, en las filas del Torino. En aquellas últimas jornadas, Camataru anotaba 20 goles ¡20! en esos partidos, en los que su equipo hasta se permitía el lujo de empatar 2 y perder 1. La cara de Polster debía ser todo un poema. De hecho el jugador que fuera del Sevilla y Rayo, entre otros, no acudió a recoger su segundo premio, ante lo que entendía, una clarísima estafa perpetrada por los dirigentes rumanos.

Posteriormente, se supo que los equipos a los que se enfrentó el Dinamo habían sido "aconsejados" para que Camataru no encontrara muchas dificultades cara al gol. Y aquellos "consejos", viniendo de quien venían, era mejor aceptarlos. Cuando, una vez llegada la libertad a Rumanía, la realidad trascendió, se le retiró el título al rumano y se lo devolvieron a Polster. Camataru pasó por las ligas belga y holandesa, con un rendimiento poco más que aceptable, retirándose en el Heerenveen en 1993. Ahora es millonario y quiere presidir al Universitatea. La carrera de Polster, como sabemos, fue bastante más brillante, siendo el último heredero digno de la tercera, y última,  gran generación austríaca: la de Pezzey, Prohaska o Krankl.

La historia se volvió a repetir, antes de la caída del régimen. En la temporada 88/89, un menudo y talentoso jugador, Dorin Mateut, anotaba la friolera de 43 goles, también en las filas del Dinamo de Bucarest. Esas cifras no levantaron tanta polvareda como las de su compatriota, a pesar de estar al nivel de los Messi o Cristiano actuales o de que, tras su paso por el Zaragoza se viera que era un jugador de una gran calidad, pero que se desenvolvía mejor como centrocampista ofensivo que como punta. O que no hubiera marcado más de 10 goles en su carrera con la selección. Quizás fuera porque, en diciembre de ese año, el pueblo rumano fusilaba, en prime time televisivo, al matrimonio Ceaucescu y acababa con la tiranía, o quizás fuera el último éxito de la Securitate y de Elena.

Los hay que también ponen en tela de juicio los títulos de mejor goleador continental de Georgescu
en el 75 y 77, estrella mítica del Dinamo. Dudar de Dudu, máximo goleador de la historia de la liga rumana, quizás sea excesivo. Sería como hacerlo del genio de Dobrin o del de Hagi. Pero en aquella época y en aquellos países, la sombra de la manipulación siempre estará presente.

Nota: Valentín es el único miembro vivo del clan. Tras el juicio sumarísimo, los verdugos se ensañaron, especialmente,con Elena. En los últimos años, Rumanía ha contado con grandes delanteros como Raduciou, Dumitrescu, Ilie o Mutu, pero nunca han destacado por su potencial goleador.
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