miércoles, 29 de enero de 2014

EL MANCO CASTRO


ARTICULO: JAVIER DIAZ

Los norteamericanos son los amos vendiéndonos historias de superación en sus competiciones deportivas domésticas. Con este artículo comenzaré una serie de míticos futbolistas que, a pesar de su discapacidad, lograron hacerse camino, triunfar y hasta hacerse leyendas de este deporte llamado fútbol.  Aunque para los  "gringos" siga siendo soccer.

El gran sueño de Jules Rimet se había cumplido. El 30 de Julio de 1930, el estadio Centenario de Montevideo se prestaba para celebrar la final de la primera Copa del Mundo de Fútbol de la historia. Además, nada menos que con una "Batalla del Río de la Plata": Uruguay frente a Argentina. Los dos equipos más fuertes del mundo en ese momento.

El escenario no se había elegido al azar. La República Oriental de Uruguay era la vigente, por partida doble, medalla de oro olímpica. París en 1924 y Amsterdam en 1928 habían coronado a los charrúas en lo más alto del podio. Habían ganado, también, la Copa América de 1926.

Argentina quería revancha de la final olímpica en la capital holandesa. Su potencial no era cuestión baladí: a aquella plata se le sumaban los dos últimos títulos de Copa América, uno de ellos ante la propia Uruguay, y contaba con jugadores como "Pancho" Varallo, mito de Boca y último superviviente de aquel mundial, hasta su fallecimiento en 2010, Luis Monti, que luego fuera campeón con Italia en el 34 como oriundo, con Orsi, Guaita o Demaría, o Guillermo Stábile. Precisamente el "Filtrador", máximo goleador de aquella competición, ponía el 1-2 en el marcador de la final, antes de llegar al descanso.

A la vuelta, los anfitriones remontaron con goles de Cea y Uriarte, hasta que, a falta de un minuto para la conclusión, Héctor Castro sentenciaba el partido. 4-2. Uruguay, primera campeona del mundo.

Los padres de Castro habían emigrado, como muchos gallegos, al continente austral, en busca de un futuro. Allí, en Montevideo, en 1904, había nacido su hijo Héctor. Con 10 años, el talento del chico ya era "vox populi". Pero era otra época y la casa necesitaba ayuda. El chaval trabajaba por el día y por la noche jugaba al fútbol, soñando con llegar a ser estrella de Nacional. Con 13 años, una sierra mecánica le cortó la mano por encima de la muñeca, intentando cercenar, a su vez, sus metas con el balón:"no había futbolistas mancos" pensó.

Su perseverancia le hizo debutar, con 16 años, en la primera división, y, a los 20, cumplía su sueño y
fichaba por Nacional. No sólo superaba su incapacidad sino que la utilizaba en su beneficio, utilizando su muñón en los choques y saltos en el área. De hecho, esa era una de sus grandes cualidades: el poderoso salto, así como un potente tren inferior. Cuentan que, en uno de los choques de la final mundialista, golpeó al portero de la "albiceleste" con lo que le quedaba de brazo, dejándole tocado para el resto del choque.

En aquel Mundial sólo marcó dos goles. El otro también fue especial. Fue el gol inaugural del estadio Centenario ante Perú, con un fuerte disparo desde 16 metros, y el primero su país en la historia de los mundiales. Pasaba de ser el "Manco" Castro a ser el "Divino Manco". Hasta los aficionados de Peñarol comenzaron a respetarle. 

Falleció en 1960 a los 55 años en su Montevideo natal. Jugó 25 partidos con la "celeste" entre 1923 y 1935 marcando 18 goles, y viviendo la época dorada de la antigua Banda Oriental. Defendió la camiseta de Nacional desde 1924 a 1936, tras su debut en un club menor ya desaparecido, con un ligero paréntesis en el 32, que cruzó el río para jugar con Estudiantes de la Plata. Ganó tres títulos uruguayos, uno memorable, donde con un "hat trick" suyo se imponían a Peñarol. Luego fue entrenador, siempre con el "Tricolor", logrando otros 5 títulos más.