sábado, 22 de marzo de 2014

La Mano Negra sobre Luis Monti


ARTICULO: JAVIER DIAZ

Luís Monti pasará a los libros de estadísticas por anotar el primer gol de la selección argentina. También lo hará por ser el único jugador en disputar una final de Copa del Mundo con dos países diferentes. Pero su verdadera experiencia vital en el fútbol se resume en una frase:"en el Mundial del 30 me querían matar si ganaba, y en el del 34, si perdía". Lo que no sabía es que detrás de ambas amenazas estaba la misma mano. Esta es la historia.


Las grandes competiciones internacionales germinaban a principios de los años 20 y, con ellas, los mitos nacionales y las grandes rivalidades que contribuyeron a engrandecer este deporte. En Sudamérica, el Río de la Plata no sólo era frontera natural entre la República Argentina y la Banda Oriental de Uruguay. Al debate eterno sobre la nacionalidad de Gardel se le sumaron los resquemores que despertaba cada enfrentamiento fratricida en el césped. 

A la victoria de la "albiceleste" en el Sudamericano del 27 siguió la "charrúa" de la Olimpiada de 
Amsterdam en el 28. Cada encuentro era una batalla. Y, así, se llegó a la organización de la primera Copa del Mundo, el sueño de Jules Rimet, que correspondió a los uruguayos, doblemente campeones olímpicos. El estadio Centenario, que había costado un millón y medio de dólares y que se había construido, especialmente para la ocasión, en sólo seis meses, sería el escenario de la final.

En aquella década feliz de los años 20 surgía un fantasma que, en aquel momento, ni Monti, cuyos progenitores se habían exiliado al Cono Sur desde la Emilia italiana, ni el resto del mundo, imaginaban que iba a provocar el Apocalipsis. En octubre de 1922, Benito Mussolini marchaba triunfalmente sobre Roma con sus 40.000 "camisas negras" y el Rey Víctor Manuel III le encargaba formar gobierno. Era el Fascismo.

"Il Duce" entendió rápidamente la importancia que el deporte podría aportar a la legitimidad, la imagen y el prestigio de su régimen, y el fútbol ya era el preferido de las masas. Así comenzó a preparar lo que sería una de sus grandes obras: la selección "azzurri". Debía reforzar a los Meazza, Schiavio y compañía, para ser invencibles, y tornó la vista hacia Buenos Aires y Montevideo, donde estaban los jugadores más descollantes de la época.

Luciano Benetti y Marco Scaglia, agentes secretos al servicio del régimen, recibieron un encargo en Roma en 1930. Debían impedir que Argentina ganara aquel primer título mundial. No sabían el por qué ni preguntaron. Cuestionar órdenes no era su cometido. Por otro lado, emisarios de la Juventus de Edouardo Agnelli, viajaban para tentar a "Doble Ancho" Monti, así conocido por su capacidad para recuperar balones y presentarse en el área contraria con total facilidad.

Monti era la estrella de San Lorenzo de Almagro, el club favorito del actual Papa Francisco, y líder de un combinado nacional que contaba con "Pancho" Varallo, máximo goleador histórico de Boca, o Guillermo Stábile. Dos goles suyos contribuyeron a que su equipo llegara a la final... y buscar revancha con Uruguay. Esa era la principal motivación: vengar la derrota en las olimpiadas holandesas.

El día de la final, en la habitación del hotel, un sobre se deslizó por debajo de la puerta. Una carta amenazaba de muerte a nuestro protagonista. O algo peor. A su madre y hermana. Antes del partido solicitó a un directivo no ser de la partida: "no lo vuelva a repetir" le contestó. Si Argentina hubiera ganado se hubiera convertido en un Dios en su país y sería imposible sacarlo de allí.

Aquel fue el peor partido de "Doble Ancho"  y la prensa cargó contra él, señalándole como el culpable. Perdió la ilusión y se retiró del mundanal ruido, hasta que los emisarios de la "Vecchia Signora" regresaron y, a pesar de encontrarlo con un  flagrante sobrepeso, lo sacaron de aquel entorno hostil. Benetti y Scaglia se habían apenado de él cuando Argentina se adelantó en la final 1-2. En el fondo no les apetecía matar a nadie.

En Italia, Monti lideró una Juve triunfal y junto a otros "oriundi" como Guaita, Orsi o Demaría potenciaron a la selección italiana, para disputar el Mundial del 34, a celebrar como anfitriones. Con un gran equipo y las ayudas arbitrales(para el partido de desempate de cuartos de final, España perdió ¡7 titulares!) fueron avanzando, hasta eliminar en "semis" al Wunderteam austríaco de Sindelar y en la final a la Checoslovaquia de Planicka y Nejedly.


La presión con la que los italianos afrontaron aquel torneo fue brutal. Ante la atenta mirada de "Il Duce" forzaron la prórroga, en la que se impusieron con un gol de Schiavio. Se comenzó a forjar la leyenda del "carattere agonistico" transalpino. El equipo de Pozzo repetiría hazaña cuatro años después, en Francia. El portero de Hungría, Szabo, rival de Italia en la final declaró: "nunca me he sentido tan feliz en la derrota. Con los cuatro goles que me hicieron salvé la vida de once seres humanos". Y es que, antes del partido, el vestuario recibió un definitorio telegrama de Mussolini que decía "vencer o morir".
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